Siempre lo sospeché, la culpa era de Los Ciclistas

Por Andrés Dunayevich. Córdoba. Realizador audiovisual

Historias camboyanas

La semana pasada cuando estuve en Buenos Aires me pasó lo que nunca esperé que me sucediera, pero sabía que esa pesadilla podía ocurrir en algún momento. Que se me acercará un periodista de noticiero de la calle con su gran micrófono en mano amenazante, para demandar una de esas preguntas incomodas y tan amplias como “qué opina de la pobreza”, “de las medidas del gobierno”, o del partido “del clásico River y Boca”.

Ya lo veía venir. Se me acercaba en cámara lenta en mi mente, pero con una rapidez que no me dio tiempo a evadirlo o cruzarme de vereda. Así que ahí estaba paralizado frente a la cámara sin saber que decir. Atiné a mirar el micrófono para ver de qué canal se trataba, como para atenuar o exacerbar mi respuesta. Tenía un segundo para intentar cambiar el destino de la humanidad con una frase elocuente e igualmente contundente, lo cual es casi imposible.

Durante años pensé en numerosas posibles respuestas que podía dar, pero hay que estar ahí solo frente al micrófono, sabiendo que tu respuesta será utilizada para confirmar estadísticas que les servirán para avalar las hipótesis que el programa está esperando que digas. Me preguntaron sobre la situación actual del país. Es imposible dar una respuesta rápida, por más que me indigne el presidente que tenemos, pero decir eso era caer en el juego de destilar odio y contestar con el mismo desprecio que recibimos desde su gobierno. Pensé en hacer un chiste de esos de los que mis hijos se burlan porque dicen que son muy malos. También pensé en huir, pero ya era tarde.

Mi respuesta fue: “la culpa de todo la tienen Los Ciclistas sin ninguna duda”, contesté y me fui. 

Y paso a explicar por qué dicha respuesta. 

Cuando era chico mi abuelo que huyó de la guerra por la persecución de los Nazis me explicaba sobre el antisemitismo con la siguiente aseveración. “La culpa de todo la tienen los judíos y los ciclistas”. Ante lo cual el sentido común te llevaba a decir, “¿y por qué el ciclista?”. Mi abuelo con picardía respondía: “¿Y por qué el judío?”. Mostrando la ridiculez del pensamiento discriminatorio y antisemita.

Con el tiempo con mi hermano elaboramos otra respuesta. Que la culpa evidentemente la tenían Los Ciclistas, esa maldita secta de seres despreciables que irrumpen las calles como abejas con el sonido de los rayos de sus ruedas, con su vestimenta oscurantista, cascos, ropa de licra pegada al cuerpo y un dispositivo sospechoso puesto en el bulto para fanfarronear y dispuestos para enfrentar una guerra. Preparándose para un seguro ataque terrorista extraterrestre.

Yo me pregunto, cuando los veo pasar tan concentrados con su mirada asesina, ¿qué traman?  Ellos lo saben y serán los únicos preparados para resistir al ataque alienígena. Sino como puede explicarse que estén tan bien organizados y agrupados en todas partes del mundo, que se despierten temprano para hacer tamaño sacrificio. El dilema planteado por mi abuelo, como si se tratara del huevo y la gallina. Al fin tenía respuesta. La culpa de todo la tenían Los Ciclistas.

Ahora estoy rogando que mi respuesta no salga en el noticiero, tengo fe por la cara que puso el periodista, no sabía si lo estaba gastando o estaba hablando en serio. En realidad, yo tampoco lo sabía.

Lamentablemente siempre las respuestas me llegan cuando ya es tarde y me hubiera gustado decir que la resistencia vendrá de proyectos colectivos, las conversaciones inteligentes con amigos, de la comunión, del abrazo e incluso de la poesía que nos lleve al disfrute.

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Somos las historias que nos contaron y nos contamos.

 

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