Las flores

Por Café Azar. Buenos Aires, Posadas, Misiones. Antropólogo y comunicador social

Para el Negro Sevi

que a veces me visita

(o tal vez sea yo quien lo visite).

“Y dale un abrazo muy largo 

a mis amigos que se fueron primero.”

Andrés Calamaro – Los chicos

I

Es un auto descapotable. El aire es difuso, calmo y prístino. Tengo la sensación de una predominancia de blancos. No se trata de blancos brillantes y agresivos sino de blancos de amable suavidad. Como de publicidad de papel higiénico, enjuagues de ropa, sabanas o toallas. No tan blancos, en realidad. Una oscuridad asoma en esa paleta de colores. Sin embargo, me siento bien. Estoy dentro del auto, en el asiento del acompañante. Al lado mío, a mi izquierda, está el Negro manejando. Las manos en el volante nacarado, un cigarrillo entre los dedos, el gesto adusto, la mirada fija hacia adelante. 

Me dice.

«Vamos a ver a los chicos»

Nunca fuimos de hablar mucho.

Miro hacia arriba, y veo en un slow travelling, las flores blancas. Muchas flores que cuelgan en una enredadera de color verde oscuro. No reconozco esas flores, no me son familiares sus formas ni creo haberlas visto antes. Sin embargo, nada me inquieta. Incluso saber que el Negro hace un tiempo que no está entre nosotros. Recuerdo un abrazo final en el hospital y la noticia al teléfono, apenas dos horas después, que me anuncia con voz quebrada, su partida.

«Che, murió el Negro.»

Y el silencio.

Y la ausencia.

En el auto, sin embargo, si bien yo soy consciente de lo que había pasado, no me sorprende verlo al volante del Chevrolet Corvette color crema. Ahí está, como siempre. Salvo el auto y el entorno, bien podría ser un viaje de tantos en rutas sin días, y sin noches. Y las flores, además.

II

“Las tumbas son para los muertos / las flores para sentirse bien” cantaban Los Cadillacs en Calaveras y diablitos. Flores y tumbas se entrelazan en el dolor y la despedida. Aquellas y estas. Ella vendrá “…en una noche horrible, clara, caliente, perfumada y sensual…” alertaba Boris Vian, en la voz de Pucho Lauritto, que en las largas noches que pasábamos en el antiguo balneario El Brete invocaba a los fantasmas que, como Pablo, decidieron partir de un corchazo frente al río Paraná. Muchos espectros habitan nuestros sueños o nosotros somos los espectros que habitamos en ellos. Como en el Overlook Hotel o en Marienbad. Y Jorge Luis Borges, claro. Cada quien anticipó su partida en poéticas personales. Estuve en esa zona liminar de dos maneras diferentes. Una fue un valle muy verde, un cielo azul y una arboleda boscosa que me atraía. La otra fue un cierre de telón, negro, oscuro, inapelable. José me contó alguna vez – que en su cama del hospital – se vio rodando y jugando con su padre en el pasto de un paraje escondido en las profundidades de Cerro Corá. Damián soñaba con el fondo del patio de su casa en Apóstoles. Pablo (otro Pablo) pensaba en el devenir trágico de la vida y en lo inalcanzable del amor de una mujer cuando el tren se lo llevó por delante sin haber vivido siquiera veinte años. Mariel conoció la cara del dolor destruyendo su cuerpo y escribía mails contando y describiendo una herida cada vez más abierta. Algunes de nosotres sólo tuvimos el trailer, o el teaser, otres tuvieron su «the end». Nunca sabremos si fuimos o vinimos. Si los paisajes que intuimos nos apañan o nos expulsan. Tal vez el paraíso de los creyentes sean sólo iluminaciones que se nos revelan en sueños, en estado de coma, o en algunas pesadillas. Quedan las imágenes amarradas en la mente, fuera de toda razón, de toda palabra.

III

No hacía calor, ni frío. Un templado agradable se sentía en el ambiente. Apenas se escuchaba el ruido del motor y el movimiento del auto era acompasado y fluido. Me recosté en el asiento y ahí fue cuando – como escribí – vi las flores en cámara lenta. No puedo explicar la potencia que tuvo esa imagen en mí. Hay algo en esas curvas orgánicas que perfilan los pétalos que atraen mi atención como si estuviera hipnotizado. Lo mismo me pasa con las carnosidades que se perciben en su generosa ofrenda visual. Fascinación, placer y entrega. Rara pulsión de un deseo inexplicable e inevitable.

A medida que el auto avanzaba, mi cuerpo se iba disolviendo en el techo vegetal. Como el humo en espiral que sale serpenteando de unos labios rojos después de ser retenido en una calada, por un instante. No recuerdo bien que sucedió después. Tal vez desperté o seguí soñando con otra cosa. Lo que haya sido no fue capaz de borrar esas imágenes, esa secuencia, esa presencia en la ausencia. 

Mi única certeza fue que debía escribir ese sueño.

Que los sueños, aún escritos, son difíciles de atrapar.

Qué quizás sean el anuncio de una transmutación.

Sin dudas flotan en un perfume dulzón y penetrante.

Es la persistencia de las flores.

Otoño de 2023 en Posadas, Misiones, RA.-

Fuente: https://elauradelosdesangelados.wordpress.com/2023/04/17/las-flores/

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