
Por Fabricia Alexandra Maidana. Aristóbulo del Valle. Periodista y escritora.
¿Qué es un alma en pena? Harto podríamos disertar sobre la vida y la muerte, lo trascendental y lo efímero, el fin y la continuidad, e infinitas duplas de opuestos complementarios que aguijonan nuestra finitud humana. Empero, Mitoire decide dejar lo epistemológico de lado y jugarse por un enfoque distinto; el humor.
Quien haya leído Memorias Póstumas de Brás Cubas, de Machado de Assis, tendrá una idea, más o menos certera de qué puede esperar de esta obra. Un hombre muerto, pero no extinto, pero no privado de consciencia, un ser que ha dejado el plano terreno, sin embargo, en la absoluta liberta de la muerte, no ha encontrado una nueva dimensión donde habitar como ser inmaterial. Un alma en pena, en fin.
Debiera esto hacernos reflexionar sobre la invariabilidad de la muerte, lo desconocido, lo trágico, no obstante, henos ahí, ante el libro, devorando página a página de una historia que nos antoja graciosa, curiosa, irónica. Un hombre muerto que se hará detestar desde el inicio, nos hace confidentes de su historia de muerte, y del subsiguiente estado de incomodo observador de la vida de los otros. Pero el humor tiene eso de paladear ideas. La primera reacción ineludible implica dejarse llevar por la comicidad; ¡pobre diablo! Mas, de a poco vamos percibiendo otros sabores, degustando interesantes vueltas de tuerca, presentadas con tal sutileza que parecen quemar nuestras papilas lectoras. Así es, al final igualmente nos enreda en intensas elucubraciones.
Podremos reírnos por el estilo de escritura tan familiar, con sus giros lingüísticos que nos hacen sentir como en casa, como si la historia nos la contara un vecino “no más”. Nos dejamos seducir por un primer envenenamiento contra el protagonista, celebramos página a página que su historia y la de “los que quedaron” se desenvuelva de cierta manera. Sin embargo, es esa misma risa y complicidad la que al digerir ciertas ideas, nos provoca. En primer lugar, nos hace volver a nuestra propia memoria, más bien, a la memoria que dejamos en los otros, a nuestra necesidad de ser recordados (a la angustiante vigilia por saber si somos/ hemos sido, alguien para otros).
Y luego, ese no sé qué, amargo que nos sube por la garganta al repensar en las pequeñas trivias de realidad misionera que incomodan: la misoginia, el abuso, la violencia, la indiferencia. Y a la par, tiritando de moral nos volvemos a preguntar si acaso ¿está bien? ¿Llegar a las últimas consecuencias es la única opción? ¿no hay posibilidad de redención? ¿Cuánto estamos dispuestos a hacer y dejarnos hacer por sostener las apariencias? Más allá de los lindes literarios, ya con la responsabilidad de nuestro lado volvemos a preguntarnos ¿Qué es un alma en pena?