
Por Alberto Szretter. Puerto Rico, Misiones. Médico y escritor
-La presencia del diablo era evidente -dijo Ernest Alt, justo cuando yo descorría la cortina que daba al salón. La conferencia de prensa ya había comenzado.
No había mucha gente y la mayoría eran periodistas. Miré, buscando a los padres de Anneliese, no estaban. Me senté en una butaca de atrás, sabiendo lo que iba a escuchar, ya me tenían harto. Y sentí un poco de asco, y una leve seguridad, de que a pesar de todas las investigaciones de los diarios y de la policía, nadie supiera quién era yo.
Al lado del disertante, se encontraba el padre Arnold Renz, que miraba impertérrito a la semi oscuridad del auditorio, o salón de actos, pegado a la capilla. No estaba el obispo Stangl, que dio la autorización por escrito, luego de los informes de los sacerdotes, para que se iniciaran las sesiones.
Annaliese había muerto, esto era lo único concreto, luego de prácticas exorcistas que comenzaron nueve meses antes. Ahora los curas que las realizaron estaban acusados de homicidio por negligencia. Los padres de la que fue mi amorcito secreto, también.
Me levanté, caminé por un pasillo que encontré a mi derecha y salí a un patio interno. Más allá de un jardincito se levantaban los muros de la iglesia. Bajo una especie de cobertizo había un káiser carabela pintado de negro, ploteado hasta la mitad del capot con unas llamaradas que nacían del paragolpes delantero.
Probé abrir el viejo automóvil y logré ver en la parte de atrás vestimentas de curas: una casulla, un alba y una estola, con un rosario enorme al lado de una linterna de siete elementos, como usan los serenos; y en el largo asiento del volante, un libro: “¿Cómo se fabrica una bruja?” de J.J. López Ibor, de Editorial Dopesa, en la tapa decía “Obra ganadora del Premio de Ensayo Mundo 1976”. Sobre el ejemplar descansaba un frasquito de aerosol con una etiqueta, “Agua bendita, venc may/78”. Cerré despacio la puerta.
Annaliese tenía convulsiones. Me contó una siesta, en uno de los pocos momentos que tuvimos, que la habían llevado a médicos que aseguraron que no padecía de epilepsia. Le habían hecho estudios y realizado interconsultas, y definitivamente no era epilepsia. Entonces la llevaron a la iglesia. Sus crisis de ausencia y sus espasmos comenzaron con la adolescencia.
-¡Claro! -alegaron los religiosos -en la época del amor.
Por eso, se defendieron en el juicio, el demonio penetró su cuerpo. Arnold Renz, que ahora esperaba su turno para hablar, ahí, al lado en el salón parroquial, había vivido 15 años en China como misionero y donde tuvo que luchar -dijo- contra espíritus malignos y el descreimiento de aquella gente desconfiada, y ya se había expedido en los expedientes de defensa, con lujo de detalles de cómo actúa Satán.
-Lucifer describía su maldad por la boca cooptada de Annaliese. El maldito, una noche dijo, en pleno trance, que Judas no había sido quien traicionó a Jesús, sino San Pedro, quien sin embargo está allá, arriba. Y les hago una profecía -continuó Renz, repitiendo lo del diablo- habrá más guerra en este mundo, al que vuestro Dios, que antes era mío también, se le ha ido de las manos. Creo ver en los Balcanes y más adelante en Ucrania, y seguirá en Vietnam, y en Palestina. Yo tengo trabajo abaratado por mis fieles discípulos, gobernantes en la Tierra.
La autopsia de Annaliese dictaminó que la muchacha de 22 años falleció por desnutrición y deshidratación. No encontraron restos míos, porque desde nuestra última siesta, hasta su internación pasaron veinte días. A la siesta, no había otro momento, ella salía con su mascota a caminar, un pequeño paseo alrededor, por recomendación profesional. Tras la plaza, a la vuelta de su domicilio, estaba mi casa, sin vecinos fisgones. Su amor era muy dulce, jamás hubo problemas.
Yo volví al salón cuando las preguntas del periodismo amarillo, lleno de cuestiones obscenas, escandalosas. Se había sumado un sacerdote desconocido para mí y ajeno al juicio pero que se presentaba como experto exorcista profesional avalado por el Vaticano. En el instante en que me sentaba de nuevo, le preguntaban sobre la obligación o no de solicitar la intervención de algún agente sanitario, ante el deterioro general de la joven.
-Mire -respondió el sacerdote- el ritual romano, cuya antigüedad es de 450 años dispone expresamente que los clérigos no deben preocuparse por cuestiones médicas, lo físico no es de la Iglesia, lo nuestro es el alma.
Resumo la historia. Los salesianos fueron, con los progenitores, declarados inocentes. Esa conferencia de prensa terminó en paz. Los padres, a los que nunca los vi de forma personal, se mudaron de pueblo y desaparecieron de la tele, los diarios y la vida.
Nunca creí el argumento de que Satán ingresó al útero de la madre durante la gestación de Annaliese y se despertó en la pubertad. Tampoco creí que mi pequeña muchacha respondía correctamente cuando se le hablaba en idiomas extranjeros, que, por supuesto desconocía, y menos aún que la supuesta jerigonza de algunas sesiones era idioma de marcianos.
Pasó el tiempo, pero a veces tengo pesadillas a la siesta. Sueño que vienen ángeles caídos saliendo de tinieblas, como de nubes o de humo, en un káiser carabela en llamas y traen, para pincharme, tridentes que salen de las ventanillas.