
Por qué “¿cuentos?, por qué entre signos de pregunta. ¿Para desorientarnos? Para que lo estático e inmutable de un género, se presente difuminado, o mejor dicho sencillo y proteico, distinto, individual y a la vez concatenado en un mismo decir multivalente. Don Guillermo de Torre aseguraba que la literatura, la de Doldán por ejemplo, es el arte de los conceptos dinámicos, y es malentenderlos aplicar a su interpretación criterios estáticos. Posiblemente eso de “¿cuentos?” apunte a esa idea. Aunque el autor también comparta la perplejidad ante su propia obra. Sin embargo nos decantamos por el desafío, algo así como si Doldán nos interpelara y retara a duelo para intentar definir su libro. Pues, aceptamos el lance.
Sus ¿cuentos? tienen finales casi siempre abiertos y están, algunos, camuflados en formatos heréticos. Podrían ser apuntes para un guion audiovisual, o un comic, un storyboard quizás. Si a esto sumamos inclusiones de xilografías (Dante Arias), ilustraciones (Hugo Justiniano) y hasta bocetos del propio autor, la hibridación discursiva se complejiza aún más. Lo cual resulta estupendo para rebatir a los/as que suelen chicanear, con aquello de que por estos lares nadie se atreve a ponerle el cascabel al gato de la acuarela costumbrista. Claro que Doldán es un embustero de guante blanco que juega con los dados cargados, porque logra que despeguemos desde un escenario territorial con apegos al terruño, ríos y lluvias torrenciales que nos remiten a las ciudades de Resistencia y Corrientes, donde vive el autor, y de inmediato nos obliga a saltar en paracaídas sobre Inglaterra o la provincia de Córdoba. Ni que hablar de sus personajes. Don Alfonso, Isa, la Rubia, Santiago Biblos, el Gordo, la Pato… Mansos y crueles a la vez.
Pero en ¿qué clase de callejones narrativos nos atraca por sorpresa el autor? Deambulamos por un cierto neogótico litoraleño, un noir de pueblo chico, la historia dentro de la historia que presagia lo que vendrá, algunas constantes que inquietan: armas, balas, muertes, cuestiones de género ominosas, lo no dicho pero susurrado, juegos de sombras, escamoteos cómplices, exorcismos siniestros.
Estamos ante un libro creativo, con un porcentaje alto de experimentación, transgresor e innovador. Si el público lector quiere comprobar que tan bien se la puede pasar, leyendo una obra donde la imaginación fabuladora no defrauda, este texto da en el blanco. Logra su objetivo: Abducir al lector en un tiempo editorial que se debate entre aceptar lo imprevisible sin abandonar del todo lo reconocible. Tensiones de un mercado azotado por crisis donde apostar por nuevas exploraciones textuales suele amedrentar a los editores. Este no es el caso de la editorial ConTexto que publicó Antaño de Mario Doldán (Ilustración de tapa: Matías Gómez – Casimiro – y diseño de Cinthia Zeitler.)
Un acuoso fluir brota desde las historias, un devenir (con permiso de Heráclito) que se ofrece en este libro perturbador con tanta radicalidad que no solo atañe al autor, sino a nosotros como receptores de la obra. Proponiéndonos, eso que se llama habilidad y talento, varias lecturas, diversas interpretaciones personales y hasta arbitrarias, nunca una creación cerrada.
Le agradecemos a Doldán no solo la capacidad de que sus ¿cuentos? nos aprehendan, porque empezado uno, no podemos parar hasta saber qué pasa, constante apertura de significados posibles. Porque todo parece sencillo a cada inicio, pero la cosa se va complejizando, desarrollándose en torno a un asunto donde entramos clavando las uñas en un suspenso in crescendo, que apenas se resuelve. Parece fácil, pero son escritos en los cuales podemos buscarnos y a la vez queremos perdernos; porque “se llega a una edad en que recordar y mirar, es lo mismo”.
“La llamita del fósforo produce un destello sorpresivo” (del cuento El último, que paradójicamente es el primero de este volumen). Con esa llamita que enciende una vela mucho no se verá, pero así es la literatura: el fuego de un fósforo no sirve para alumbrar, sino para divisar la oscuridad que nos rodea.
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