
(Fragmento)
Detrás de una guerra siempre hay padres que esperan
Un padre que acompaña, que abraza, que calla.
Una madre que siente que, tal vez, esa vez, pueda parir un nido hueco.
Desde el cálido litoral argentino al frío austral más reñido,
la adolescencia en uniforme maltrecho,
peleó en una guerra de islas,
islas donde el frío es un fantasma que teje y desteje las horas de los días.
Pero aquellos soldados de soles intensos, no marcharon solos.
El sapucay, señor bravío de la tierra, fue con ellos.
Sapucay, grito antiguo que perdura en la sangre guaraní.
Sapucay que nace del fondo del ser y, según se entone, es alegría, tristeza, advertencia entre
hacheros cuando un árbol cae en la tala, coraje, despedida, augurio, desgarro, reverencia, Pero
nunca cobardía.
No pocos adolescentes soldados dejaron atrás a sus guainas,
esas novias lindas de las que se enamoraron
cuando las vieron sonreír por primera vez.
Y muchos creyeron que un payé certero, ese embrujo preciso,
los haría regresar de las balas y de la nieve, con el amor intacto.
El río Paraná los esperó con sus luces doradas, su cauce marrón,
su luna amarilla e inmensa besando sus entrañas.
Mientras tanto, entre un extraño abril y un junio de mentiras,
en un año que se resbalaba por acantilados desechos, 1982,
el sapucay se volvió cabizbajo.
A un lado dejó la música acompasada del chamamé,
la cadencia del valseadito suave y el ritmo vivaz del rasguido doble.
Por aquellos días, cuentan que se le abrió el grito como un corazón roto,
sin nada adentro, sin semilla.
Desde entonces, el sapucay lleva en su grito,
tantos y tantos nombres perdidos en la nieve.
Los nombres que la guerra en el sur de los sures,
se devoró con la ansiedad de quien se quita de encima
el mal olor de la muerte.
Asombrosa manera poética de narrar este triste hecho histórico. El sapucay se siente como el desgarramiento del alma patriótica argentina, como la nube negra que rebasó los Andes y cubrió el cielo todo de América Latina cuando la desigual guerra de las Malvinas.
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